miércoles, 15 de agosto de 2018

Ten piedad de mí, oh Dios

¿Qué hacemos cuando pecamos? ¿Cuál es nuestra actitud cuando nos damos cuenta que le fallamos a Dios? Hay una fuerte inclinación a justificarse, a escudarnos en nuestras debilidades, en que somos imperfectos, que andamos flotando por ahí, y hasta reclamamos por qué no ven cosas peores en otros y solo las ven en nosotros ... sorprendente filosofía.

David pecó ante Dios, cometió adulterio, fue un pecado sexual, algo que a todos los hombres les afecta, no hay uno que no sea afectado por la tentación sexual, sea soltero o sea casado, es un área que no depende de que tu esposa sea idónea o no, que sea complaciente o no, el hombre es sexual y eso el diablo lo sabe muy bien y no dejará al hombre tranquilo hasta que caiga ... y peque.

¿Qué hacemos entonces? ¿Nos damos por vencidos? ¿Retrocedemos? ¿Nos quedamos manchados y contaminados? ¿Caemos en el hueco de la justificación y de la "valoración" del pecado, ignorantes de que para Dios todo pecado es justamente eso: pecado?

David nos enseña con la frase con la cual inicia el Salmo 51, al menos en la versión Reina Valera: "Ten piedad de mí, oh Dios". Es un clamor genuino y sincero, es el fruto de un verdadero arrepentimiento, es el clamor de un corazón que reconoció su condición: Señor, ten piedad de mi, ten piedad de mi corazón, de mis pensamientos, ten piedad de mi vida, de mi alma, no me voy a justificar delante de ti, solo ten piedad de mí, oh Dios. 

David usa el término "rebeliones" y tiene toda la razón en hacerlo. Cuando pecamos, actuamos en rebeldía, hacemos lo que nosotros queremos y no lo que Dios quiere. Al pecar nos rebelamos porque buscamos independizarnos de la cobertura y protección de Dios.

Rebelarse es decirle a Dios "yo lo quiero así", es decirle "me da la gana, y punto", es pensar, sentir y actuar como si nuestro criterio fuera mejor y más acertado que el de Dios, como si nuestra visión y nuestra opinión tuviera más peso que la de Dios. Cuán equivocado estamos y cuán insensatos podemos ser.

David no se llenó de orgullo o de justificaciones, él reconoció sus rebeliones, y aun más, reconoció que el pecado está frente a Dios, y esa es una gran verdad. Cuando pecas, lo haces frente a Dios, Él ve cómo pecas, cómo lo estás haciendo, dónde lo estás haciendo y hasta con quién estás pecando, sea cual sea el pecado que se cometa. ¿Acaso eso no es suficiente como para entender la proporción de nuestra rebelión? ¿Acaso queremos más? ¿Acaso no entendemos que cuando pecamos, pisoteamos la preciosa Sangre de Cristo? ¿Acaso no entendemos que cuando pecamos nuestra santidad se mancha, se estropea y se afecta grandemente?

Vuelvo a la frase inicial: "Ten piedad de mí, oh Dios". En una época en donde el temor a Dios se diluye en la tolerancia y la aceptación del pecado como algo normal y hasta digno de imitar, debemos mantener la actitud que tuvo David: Señor, ten piedad de mi, ten piedad de mi vida, de mi casa, de mi familia, de mis amigos, etc.

Si has comprendido y este mensaje te ha hecho recapacitar y anhelar volver a Dios en arrepentimiento, buscando la reconciliación y el restablecimiento de tu relación con Él, entonces vas por buen camino, pues aunque son muchas nuestras aflicciones, de todas ellas el Señor nos ayuda y nos libra. Pero si sigues pensando en que tus pecados no son tan "grandes" como los de otros, que no es justo que solo vean tus fallas cuando hay otros que cometen pecados más terribles, o si sigues pensando que con una "sencilla oración" Dios te escucha, te perdona, y ya, entonces ... puntos suspensivos.

P.D. Les dejo un enlace de la canción "Tu Perdón" del grupo Torre Fuerte ... aquí

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